sábado, 16 de noviembre de 2013

CRITICA SOCIAL

     Tristemente de nuevo la naturaleza devasta las zonas más empobrecidas. Ha vuelto a suceder, al tiempo que la vida sigue en el resto del mundo como si todo permaneciese inalterable. Una vez mas una región desfavorecida es pasto de las inclemencias de la naturaleza. Evidentemente nada se puede hacer contra algo de esta magnitud...¿o quizás si?...cabe la posibilidad de que una buena forma de dejar nuestras arrogantes conciencias tranquilas sea la de carraspear entre dientes y enarcar una ceja mientras miramos las imágenes de la destrucción provocada a la vez que con una interpretación del mas alto nivel -tanto que hasta nosotros mismos nos la creemos- pensamos en voz alta -Yo es que no puedo hacer nada contra eso...-. Acto seguido seguimos comiendo, cambiamos el tema de conversación e incluso reímos con algún hecho gracioso... ¡Que bella es la vida!

     Ayer mientras iba en el tren hacia la universidad escuchaba las conversaciones de las personas que me rodeaban, se parlamentaba de infinidad de temas, algunos de los cuales sobrepasan los limites morales de banalidad. Con resignación tuve que asumir que lo acaecido en Filipinas no era un hecho digno de mención entre temas trascendentales para la vida humana, como lo son el fútbol,” la camisa nueva que voy a estrenar este sábado”, “el dolor de tobillo que tengo por mis tacones”, e innumerables temáticas de similar índole.
Es común ver en nuestra sociedad, como unos y otros mostramos con orgullo nuestras pertenencias, nuestra ropa -construida por niños indonesios en condiciones infrahumanas- o las zapatillas de alguno de los “supergalacticos” que le vamos a regalar a nuestro sobrino, las cuales nos las venden al precio del oro y que su producción ha sido pagada con un misero tarugo de pan. Siendo también digno de exposición pública la infinidad de joyas que cubren nuestro cuerpo, orgullos las podemos mostrar, ya que no son extraídas en países tercermundistas (termino a mi parecer repugnante) bajo algún tipo de gobierno dictatorial que el mundo desarrollado (más repugnante aún si cabe) obvia a cambio de una buena rebaja en los productos que le son exportados desde allí.

     Todo esto puedo asegurar que es así por el simple hecho de que yo pertenezco a ese grupo de hipócritas, con pseudo-conciencia, y déficit de principios, que fingimos valores predicados solo y exclusivamente con la palabra -los hechos se los dejamos a otros, ya que estos son más costosos-. Es triste sentirte avergonzado de tu propio género, más aún sentirte avergonzado de ti mismo y pese a todo preferimos mirar a otro lado y seguir caminando haciendo oídos sordos a un mundo al que hemos condenado y condenamos cada día, porque ciertamente una catástrofe natural es inevitable, pero creo que es más que posible paliar sus consecuencias.

     Hablamos de que Indonesia estaba maldita, además de pobre la arrasó un tsunami, predicamos la maldición de Haití, subdesarrollada y pasto de un terremoto, ahora podemos dormir tranquilos pensando que sobre Filipinas también se cierne una tenebrosa maldición. Lo peor de todo es que es así, sobre cada uno de estos puntos geográficos y por desgracia sobre muchos más ha recaído una maliciosa brujería llamada occidente, o mundo desarrollado, o primer mundo o como demonios nos queramos denominar, a nosotros mismos, los verdugos y psicópatas que han llevado a cabo el mayor genocidio de la historia, el de impedir que la vida sea justa para todos.

     Desde que la primera de las sociedades de la historia de la humanidad comenzó a crecer económicamente más que el resto, a partir de ese punto, comenzó una sucesión de injusticias, basadas todas ellas -con independencia del nombre que se le pusiese- en engrandecer a unos a costa de martirizar a otros.

     Como dijo en su día Gabriel García Márquez, “El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”.

     Tras todo esto, no pretendo nada más que tranquilizar mi falsa conciencia, ya que ahora he “colaborado con la causa”. Un último favor -el cual voy a realizar yo también al finalizar el texto- te rogaría. Es tan simple como acercarte el espejo más cercano que tengas, observarte detenidamente a los ojos y ver como en el fondo de ellos hay una pequeña mota roja, el rojo de la sangre de todos aquellos a los que por nuestra arrogancia, indiferencia y egocentrismo hemos condenado a una vida de penurias y a una muerte prematura.

     “Y de nuevo... La naturaleza arrasa a los más débiles ... Lo siento por los que se fueron ....Pero más por los que quedaron ...."

                                                                   Manuel Castell López 12/11/13