La lluvia era intensa y fría, tanto que parecía calar los huesos,
hasta el extremo de entumecer la tez con su simple y arrítmico gorgoteo. Esto
sucedía a ambos lados de la valla, no aparentaba diferencia alguna, pero aun así la discrepancia era abismal.
Josué se encontraba junto a su familia,
bueno mejor dicho la que quedaba de ella, en una vieja mecedora su tío
Menajem, a su derecha su hermano Jaziel, el cual le rebasaba por dos lustros, y en la esquina de la
habitación consumida en el silencio y la oscuridad Orel, su madre.
En la pequeña habitación se respiraba un aire exhausto, que
parecía poder contar ya las inhalaciones que le quedaban por realizar. Los
segundos parecían horas, las horas días y los días meses, así hasta desvanecerse en el olvido. Este cúmulo
de emociones restringidas, miradas inexpresivas y vacío solo se veía perturbado en vanas ocasiones por el traqueteo de las
ametralladoras o los gritos de pánico de los pocos que quedaban al ser
perseguidos por los militares.
La única pizca de esperanza que había en esa habitación, era la
reflejada en los ojos de Josué, al cual sus cortos siete años no le permitían
ver la totalidad de la realidad y aun el esperaba el regreso de su padre. Las
delimitaciones entre la noche y el día no existían, cada uno dormía cuando el sueño
podía
sobrepasar la inseguridad y el
nerviosismo.
Su madre hacía ya tiempo que no lloraba, como había hecho hasta
entonces cada noche. Sus ojos ya estaban secos, y el sentimiento de la tristeza
había sido tan utilizado, que ya no existía para ella, su estado de ánimo era
neutro, sin vida.
Rondaban las tres de la mañana, cuando la puerta de la entrada
comenzó a sonar, alguien la golpeaba agitadamente. Lo más rápida y
sigilosamente posible Orel despertó a sus hijos, los cuales con un simple
gesto de su madre sabían a la perfección lo que tenían que hacer. Mientras su tío habría una guardilla secreta, Josué y su hermano con
mucha cautela intentaban borrar todas las huellas que pudieran delatar su presencia
en el piso.
De pronto los golpes cesaron y sinuosamente llego hasta cada uno de sus oídos el impotente y magullado
llanto de una muchacha. Pese a esto
siguieron escondidos ya que podía ser
una trampa con las que hacerles salir, los llantos fueron disminuyendo, y a
ellos se superpusieron unos rezos de súplica. Esto les hizo salir de dudas, era
una judía y necesitaba ayuda. Aun con el
miedo en el cuerpo, Menajem se acerco hasta la puerta, pego la oreja a ella
y comprobó que los
rezos continuaban y que ha veces
eran interrumpidos por sollozos.
Intentado calmar su respiración acerco la
mano hasta el
oxidado pomo, tembloroso palpo el frío metal y cuando estaba
decidido a abrir, los ladridos de los perros y el sonido de las botas al impactar contra el
suelo, le hicieron retroceder unos
pasos. Esta algarabía ocasiono el aumento de los rezos y la indecisión de Menajem que barajaba miles de
posibilidades, pero armándose de valor abrió la puerta velozmente, cogió a la muchacha y la introdujo
en la casa, cerrando silenciosamente la puerta tras de si.
Con el dedo índice le señalo la guardilla y ella sin dudar ni tan siquiera un segundo se dirigió hacia allí.
Josué y su hermano le ayudaron a subir, posteriormente entro su tío. La
muchacha a la cual le perduraba aun el pánico y la desesperación
escucho como poco a poco se alejaban los pasos, lo que ocasiono que las
palpitaciones de su corazón disminuyeran, sus pulmones abandonaran la
hiperventilación a la que estaban siendo sometidos y que su frente
dejase de producir esa cantidad de sudor, que sinuosamente descendía por los
óvalos de sus ojos, atravesaba sus redondo pómulos y finalmente se precipitara
hacia el abismo desde su barbilla.
Cuando el peligro ya no les acechaba salieron de la guardilla, una
vez reestablecidos en sus posiciones iniciales, con la variante de que la
banqueta que antes estaba libre era ahora ocupada, la chica comenzó a hablar:
-Gracias de corazón por haberme ayudado. Me llamo Dalia, tengo
nueve años y toda mi familia ha desaparecido.
Tras esto se hizo el silencio y un gélido soplo de aire recorrió la sala.
-Ya se que es mucho pedir, pero por favor dejadme que me quede con
vosotros. Prometo ser obediente, ayudare en todo lo que pueda, incluso yo haré la comida, mi madre me enseño a cocinar con solo
cinco años.
Al oír esto, Menajem se levanto tranquilo de la mecedora,
agachándose puso dulcemente su mano en el hombro de Dalia y mirándola a los
ojos le dijo:
-Somos pocos los que quedamos, pero debemos seguir luchando y
creyendo que algún día esta pesadilla acabara. No te preocupes aquí eres
bienvenida.
La presencia de Dalia parecía acelerar el tiempo, daba un sutil
toque de alegría y esperanza y como ella había anticipado se manejaba muy bien
en la cocina, y ayudaba en todo lo que estaba en su mano. Esa noche acompaño a Menajem para llenar unos cantaros de agua. Hacía ya
unos diez minutos que había pasado la ultima patrulla, con lo cual aun tenía la
mitad de tiempo por delante. Dalia iba tras el, moviéndose rápidamente en las
sombras, cuando llegaron a la fuente, Menajem le ordeno que se escondiese en el
callejón que había justo enfrente, y que
esperase a que el llenase los dos cantaros de agua.
Una vez había terminado y se disponía a llamar a Dalia para que le ayudase, escucho unos pasos
que se acercaban, el pánico comenzó a invadirle y a causa del nerviosismo se le
escurrió una vasija, la cual al impactar contra el suelo se rompió en mil
pedazos, y el ruido del golpe ocasiono que los guardias comenzaran a correr
hacía allí.
Al volver la esquina los
militares contemplaron cuidadosamente el
recipiente, acercando a los perros para que rastreasen el olor. Cuando los
caninos encontraron el rastro pusieron rumbo hacía el callejón sombrío, en el
cual se encontraban escondidos.
Como sucedió en la primera ocasión Dalia comenzó a rezar entre
susurros.
No bastaban nada mas que unos pocos metros para que pudiesen encontrarlos, ya que se encontraban detrás de unos escombros, insuficientes para ocultarlos
por completo, y aunque así lo fuera los
perros los localizarían delatando su escondrijo. Los pasos seguían avanzando
sin dilaciones, y a su vez los rezos se incrementaban.
De repente y respondiendo a sus plegarias un gato
salio corriendo de la casa colindante, ocasionando que los dos perros se
distrajesen y saliesen corriendo tras el. Aprovechando su fortuna y agradeciendo a Dios que hubiese girado sus ojos hacia ellos, salieron rápida pero
precavidamente. Con las prisas casi se les olvida la tinaja, con lo cual Menajem se volvió y con
suma agilidad se la apoyo en el hombro, mientras que con la otra mano sujetaba
la muñeca de Dalia para que no se quedase atrás.
Los siguientes días
transcurrieron con normalidad, si a este
continuo martirio se le puede llamar así. Era la hora de el almuerzo, hoy
comerían unos huevos pasados por agua, que había robado
Jaziel en un huerto cercano a la casa. En ese momento
se encontraba a Menajem bendiciendo la mesa,
todos estaban impacientes por poder empezar a comer ya que hacía dos días
que no probaban bocado alguno, cuando un estruendo precipitó la puerta varios
metros por los aires. Esto hizo que el tiempo se ralentizase hasta el extremo de
parecer bloquearse, las pupilas de Dalia se dilataron al comprobar que se
estaba haciendo realidad su peor pesadilla.
Entre el polvo se podían
atisbar varias siluetas que avanzaban
hacia ellos, sus voces eran interrumpidas por el
chasqueo de los escombros y por
la tos que les ocasionaba la inhalación de polvo. Menajem
luchando contra la paralización momentánea de sus piernas mando esconderse
al resto de la familia y levantándose bruscamente
se dirigió hacia la polvareda. Mientras Josué y los demás
reaccionaban se escucho un golpe, un quejido y finalmente un cuerpo que se desplomaba. Estos ruidos eran
acompañados por unas risotadas y por los insultos provenientes del portal.
Después de esto uno de ellos grito imperativamente a los otros dos que buscasen a mas
miserables ratas, como la que acababan de dejar inconsciente en el suelo. Todos los esfuerzos que dedicaron
para huir fueron en vano, atraparon a Dalia por el cabello, y Jaziel en el intento
de ayudarla a zafarse del agarrón recibió un fuerte golpe en el mentón con la
culata del fusil.
El temblor del camión
que circulaba por el camino, se confundía con el
tembleque de varios adultos y jóvenes, los niños eran acurrucados por los
regazos de sus madres y los ancianos con la cabeza gacha
recapacitaban sobre la desdicha que tenían por haber nacido judíos. Todo esto
sucedía al mismo tiempo que los milicias que iban en la parte trasera del
camión hablaban del partido de fútbol de la noche anterior.
El temblor del camión ceso,
y esto provoco que el nerviosismo se extendiese a todos los allí presentes, incluso los bebes comenzaron a llorar
al percatarse de la angustia de sus madres. Todo
esto parecía no afectar a Orel la cual permanecía quieta, con los ojos fijos en
el suelo del vehiculo.
El conductor hizo sonar el claxon varias veces, su respuesta fue el crujido del metal al separarse. Una vez el
camión circulo unos cincuenta metros, dejando atrás una gran puerta metálica, fuertemente unida a un imponente muro, el cual era franqueado por una
enredadera de grandes púas de forma circular.
Los guardias los hicieron bajar del vehiculo y entre risas
insinuaban que el viaje había terminado.
Una vez estaban todos colocados en filas
los llevaron hasta el patio principal, allí había dos camiones
más. Sin previo aviso uno de los militares, con varias condecoraciones en el
pecho, comenzó a separar a los hombres de las mujeres y a los niños de sus
madres.
Josué no tenía miedo, no alcanzaba a entender que pasaba, con lo cual no presento resistencia para separarse
de su hermano. Mientras los clasificaban paso junto a ellos un grupo de
personas encadenadas, Josué dijo en voz baja al chico de adelante:
-A mi no me gustan esos trajes, ¿yo puedo elegir otro para mi?
El chaval al cual le
había preguntado dibujo una leve sonrisa
irónica, pero sus ojos seguían inmersos en una gran
tristeza, después volvió a mirar hacia delante.
Llevaba ya seis días sin
ver a nadie de su familia, había conocido a Eleazar,
el cual llevaba una semana
y dos días
más que Josué
interno en el campo
de concentración, este le había enseñado
lo básico allí: No hacer ruido, no
llorar, evitar llamar la atención y la mas importante tratar con mucho respeto
a Dirk, el encargado de vigilancia de su edificio.
Una noche Josué se despertó agitado y en su cabeza solo se
dibujaba la imagen de Dalia, y estas proyecciones mentales no presagiaban nada bueno. Al bajar del
camastro despertó a Eleazar, que intento convencer a Josué de que no intentase
hacer lo que tenía planeado. Este ignorando las advertencias de su amigo le
contesto:
-No me pasara nada, simplemente voy a comprobar que Dalia esta
bien y estaré de vuelta en seguida.
Con paso firme avanzó hasta la puerta y con una sonrisa
tranquilizadora intentó abrir el candado con un pequeño
alambre que había encontrado, después de varios intentos paro y
observo como Eleazar lo miraba con rostro burlón.
Este se levanto del catre se acerco a la puerta a la vez que extraía de su manga izquierda otro alambre, que era mas
pequeño y grueso, lo introdujo en la hendidura y tras unos segundos de suspense muy
lentamente la cerradura carraspeo. Tras esto
Josué le abrazó y los dos se
escabulleron de la habitación como alma que lleva el diablo.
Les quedaba aun unos doscientos metros para llegar al
edificio de las mujeres cuando la luz de una torre de
vigilancia apareció de la nada en el edificio colindante y se dirigía hacia ellos,
Eleazar consiguió subir a
una ventana y ayudo a Josué para que
le siguiera, el foco paso a ras de
suelo, muy cerca de ellos.
El corazón aun les parecía un caballo desbocado cuando llegaron
hasta las ruinas de un edificio cercano, desde esa posición
consiguieron ver un cuartucho viejo y
destartalado. Algo en el corazón de Josué le indico que debía ir hay, y en
contra de todo razonamiento lógico comenzó a correr. Eleazar de nuevo intento
detenerlo, pero ya era tarde.
Llamó a la puerta,
nadie contesto, volvió a hacerlo, pero esta vez
con más fuerza, se escucho un golpe,
otro y otro más, Josué se impaciento y dio una patada a la puerta. Los golpes cesaron y se escucharon unos pasos, mientras tanto Eleazar le había alcanzado e intentaba llevárselo tirando de su muñeca. La puerta se abrió bruscamente y
de ella emergió una alta mujer, con el cabello recogido y un traje
gris oscuro con algunas manchas rojas oscuras, se quedo
extrañada al ver que eran dos niños. Aprovechado su confusión Josué se asomo
por la puerta, y pudo ver a Dalia tirada en el suelo con la cara morada e inflamada, dándole a comprender que no era pintura, sino sangre lo que tenía aquella
mujer en el vestido.
El movimiento de Josué hizo que la mujer se recuperase y con
grandes zancadas se acerco hasta el chico y le
propino una fuerte bofetada, mientras le recriminaba
e insultaba, Eleazar al ver que la mujer
iba a pegarle e nuevo se lanzó hacia ella con el fin de defender a su amigo. En un acto reflejo ella se lo quito de sus anchas espaldas y
lo impacto contra el suelo,
esto sucedía cuando Josué ya se
había levantado y acudido a la ayuda de Dalia. El ruido hizo acudir a un
guardia y entre ambos amordazaron
y maniataron a los tres chicos,
los cuales después de ser violentamente golpeados los sacaron al patio, los pusieron de rodillas y el militar con aire
de despreocupación comprobó la munición de su pistola, tras ello se
la coloco a Josué
en la nuca
y escupiéndole en la cara su dedo
presiono el gatillo.
El cuerpo sin vida se desplomo en el suelo ante las miradas
atónitas de los allí presentes. La mujer miro hacía el
lugar del que había provenido el disparo y observo el fusil aun humeante de un militar ruso, que acababa de disparar al milicia nazi.
Tras el seguían saliendo cada vez mas
soldados de origen soviético y rompiendo con el silencio un imponente tanque
con una estrella roja al frente, derrumbo la pared como si fuese de cartón, el pánico invadió a la mujer, la cual corrió la misma suerte que su compañero.
Ahora eran los nazis los que corrían despavoridos, perseguidos por los cañones de las ametralladoras rusas.
Hoy hace un mes de la muerte de Eleazar, en su funeral Josué
recibió de parte de Kadmiel hijo de su amigo una carta en la
que este hacía una
importante reflexión:
Josué amigo, pedía a mi hijo que te entregase esto el día de mi muerte,
porque estaba seguro de que vivirías mas
tiempo que yo. Bueno lo que quería era pedirte
un favor, si no es mucho pedir, ¿recuerdas el sufrimiento, desolación y
martirio diario que sufrimos cuando
jóvenes por la creencia y disparate de
un grupo de racistas? Con esto no quiero que revivas esos malos tiempos, solo te invito a que pienses la razón por
la cual acosamos y sometemos, nosotros los judíos al pueblo palestino ¿Son
estas razones más lógicas? Espero que compartas mi opinión de que el hombre por
muy desarrollada que este nuestras sociedad y no se deje de avanzar en todos
los ámbitos, es el único animal que tropieza dos veces con la
misma piedra.
Posdata: Espero de corazón que tu matrimonio con Dalia siga
siendo igual de resplandeciente que el día en el que me lo comunicaste.
Con afecto tu amigo Eleazar.
UN PASADO MUY
PRESENTE
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