domingo, 5 de mayo de 2013

UN FUTURO MUY PRESENTE

La lluvia era intensa y fría, tanto que parecía calar los huesos, hasta el extremo de entumecer la tez con su simple y arrítmico gorgoteo. Esto sucedía a ambos lados de la valla, no aparentaba  diferencia alguna, pero aun  así  la  discrepancia era  abismal.
           
Josué se encontraba junto a  su  familia,  bueno mejor  dicho la que  quedaba de ella, en una vieja mecedora su tío Menajem, a su derecha su hermano Jaziel, el  cual le rebasaba  por dos lustros, y en la esquina de la habitación consumida en el silencio y la oscuridad Orel, su madre.

En la pequeña habitación se respiraba un aire exhausto, que parecía poder contar ya las inhalaciones que le quedaban por realizar. Los segundos parecían horas, las horas días y  los días  meses, así  hasta desvanecerse en el olvido. Este cúmulo de emociones restringidas, miradas inexpresivas y vacío solo se veía  perturbado en vanas  ocasiones por el traqueteo de las ametralladoras o los gritos de pánico de los pocos que quedaban al ser perseguidos por los militares.

La única pizca de esperanza que había en esa habitación, era la reflejada en los ojos de Josué, al cual sus cortos siete años no le permitían ver la totalidad de la realidad y aun el esperaba el regreso de su padre. Las delimitaciones entre la noche y el día no existían, cada  uno dormía  cuando  el  sueño  podía  sobrepasar  la  inseguridad  y  el nerviosismo.

Su madre hacía ya tiempo que no lloraba, como había hecho hasta entonces cada noche. Sus ojos ya estaban secos, y el sentimiento de la tristeza había sido tan utilizado, que ya no existía para ella, su estado de ánimo era neutro, sin vida.

Rondaban las tres de la mañana, cuando la puerta de la entrada comenzó a sonar, alguien la golpeaba agitadamente. Lo más rápida y sigilosamente posible Orel despertó a sus hijos, los cuales  con un  simple gesto de su madre sabían  a la  perfección  lo que tenían que  hacer. Mientras su tío habría una  guardilla secreta, Josué y su hermano con mucha cautela intentaban borrar todas las huellas que pudieran delatar su presencia en el piso.

De pronto los golpes cesaron y  sinuosamente  llego hasta  cada uno de sus oídos el impotente y magullado llanto de una  muchacha. Pese a esto siguieron escondidos  ya que podía ser una trampa con las que hacerles salir, los llantos fueron disminuyendo, y a ellos se superpusieron unos rezos de súplica. Esto les hizo salir de dudas, era una judía y necesitaba ayuda. Aun con  el miedo  en  el cuerpo, Menajem se  acerco hasta la  puerta, pego  la oreja  a  ella y  comprobó  que  los  rezos  continuaban  y  que  ha  veces  eran interrumpidos por sollozos.

Intentado  calmar  su  respiración  acerco  la  mano  hasta   el oxidado  pomo, tembloroso palpo el  frío metal y  cuando  estaba  decidido a  abrir, los  ladridos  de los perros y  el sonido de las botas al impactar contra el suelo, le hicieron  retroceder unos pasos. Esta algarabía ocasiono el aumento de los rezos y la indecisión  de Menajem que barajaba miles de posibilidades, pero armándose  de valor  abrió la puerta  velozmente, cogió a la muchacha y la introdujo en la casa, cerrando silenciosamente la puerta tras de si.

Con el dedo índice le señalo la  guardilla y  ella sin  dudar ni tan  siquiera un segundo se dirigió hacia allí. Josué y su hermano le ayudaron a subir, posteriormente entro su tío. La muchacha a la cual  le  perduraba  aun  el  pánico y  la  desesperación escucho como poco a poco se alejaban los pasos, lo que ocasiono que las palpitaciones de su corazón disminuyeran, sus pulmones abandonaran la hiperventilación  a la  que estaban siendo sometidos y que su frente dejase de producir esa cantidad de sudor, que sinuosamente descendía por los óvalos de sus ojos, atravesaba sus redondo pómulos y finalmente se precipitara hacia el abismo desde su barbilla.

Cuando el peligro ya no les acechaba salieron de la guardilla, una vez reestablecidos en sus posiciones iniciales, con la variante de que la banqueta que antes estaba libre era ahora ocupada, la chica comenzó a hablar:
-Gracias de corazón por haberme ayudado. Me llamo Dalia, tengo nueve años y toda mi familia ha desaparecido.

Tras esto se hizo el silencio y un gélido soplo de aire  recorrió  la  sala.
-Ya se que es mucho pedir, pero por favor dejadme que me quede con vosotros. Prometo ser obediente, ayudare en todo lo que pueda, incluso yo  haré la  comida, mi madre me enseño a cocinar con solo cinco años.

Al oír esto, Menajem se levanto tranquilo de la mecedora, agachándose puso dulcemente su mano en el hombro de Dalia y mirándola a los ojos le dijo:
-Somos pocos los que quedamos, pero debemos seguir luchando y creyendo que algún día esta pesadilla acabara. No te preocupes aquí eres bienvenida.  
La presencia de Dalia parecía acelerar el tiempo, daba un sutil toque de alegría y esperanza y como ella había anticipado se manejaba muy bien en la cocina, y ayudaba en todo lo que estaba en su mano. Esa  noche  acompaño a  Menajem  para llenar unos cantaros de agua. Hacía ya unos diez minutos que había pasado la ultima patrulla, con lo cual aun tenía la mitad de tiempo por delante. Dalia iba tras el, moviéndose rápidamente en las sombras, cuando llegaron a la fuente, Menajem le ordeno que se escondiese en el callejón que había  justo enfrente, y que  esperase a  que  el  llenase los  dos cantaros de agua.

Una  vez  había  terminado y se disponía a llamar a Dalia  para que  le ayudase, escucho  unos  pasos que se  acercaban, el  pánico comenzó a  invadirle y a causa del nerviosismo se le escurrió una vasija, la cual al impactar contra el suelo se rompió en mil pedazos, y el ruido del golpe ocasiono que los guardias comenzaran a correr hacía allí.

Al volver la esquina  los militares  contemplaron cuidadosamente el recipiente, acercando a los perros para que rastreasen el olor. Cuando los caninos encontraron el rastro pusieron rumbo hacía el callejón sombrío, en el cual se encontraban escondidos.

Como sucedió en la primera ocasión Dalia comenzó a rezar entre susurros.

No bastaban nada mas que unos pocos metros  para que pudiesen encontrarlos, ya que se  encontraban  detrás de unos  escombros, insuficientes  para  ocultarlos  por completo, y aunque así lo fuera los perros los localizarían delatando su escondrijo. Los pasos seguían avanzando sin dilaciones, y a su vez los rezos se incrementaban.

De repente y respondiendo a  sus plegarias  un  gato salio corriendo de la casa colindante, ocasionando que los dos perros se distrajesen y saliesen corriendo tras el. Aprovechando  su  fortuna y  agradeciendo a Dios  que hubiese girado sus  ojos hacia ellos, salieron rápida pero precavidamente. Con las prisas casi se les olvida la  tinaja, con lo cual Menajem se volvió y con suma agilidad se la apoyo en el hombro, mientras que con la otra mano sujetaba la muñeca de Dalia para que no se quedase atrás.

Los  siguientes días transcurrieron  con normalidad, si a este continuo martirio se le puede llamar así. Era la hora de el almuerzo, hoy comerían unos huevos pasados por agua, que  había  robado Jaziel en  un huerto cercano a  la casa. En  ese  momento  se encontraba a Menajem  bendiciendo  la  mesa, todos estaban impacientes por poder empezar a comer ya  que  hacía  dos  días que no probaban bocado alguno, cuando un estruendo precipitó la puerta varios metros por los aires. Esto  hizo  que  el  tiempo se ralentizase hasta el extremo de parecer bloquearse, las pupilas de Dalia se dilataron al comprobar que se estaba haciendo realidad su peor pesadilla.

Entre  el  polvo  se  podían  atisbar varias  siluetas  que  avanzaban  hacia ellos, sus voces eran  interrumpidas  por  el chasqueo de  los escombros  y  por la tos que les ocasionaba  la  inhalación  de  polvo. Menajem   luchando  contra  la   paralización momentánea de sus  piernas  mando  esconderse  al  resto de la familia y levantándose bruscamente se  dirigió hacia  la  polvareda. Mientras Josué y los demás reaccionaban  se escucho  un  golpe, un  quejido y  finalmente  un cuerpo que se desplomaba. Estos ruidos eran acompañados por unas risotadas y por los insultos provenientes del portal.

Después  de esto  uno de ellos  grito  imperativamente a  los  otros dos  que buscasen  a  mas miserables  ratas, como la  que  acababan de  dejar inconsciente en  el suelo. Todos los esfuerzos que dedicaron para huir fueron en vano, atraparon a  Dalia por el cabello, y Jaziel en el intento de ayudarla a zafarse del agarrón recibió un fuerte golpe en el mentón con la culata del fusil.

El  temblor  del  camión  que  circulaba  por  el  camino, se  confundía  con  el tembleque de varios adultos y jóvenes, los niños eran acurrucados por los regazos de sus madres y  los  ancianos  con la  cabeza  gacha  recapacitaban  sobre la  desdicha  que tenían por haber nacido judíos. Todo esto sucedía al mismo tiempo que los milicias que iban en la parte trasera del camión hablaban del partido de fútbol de la noche anterior.

El temblor  del  camión  ceso, y esto provoco que  el nerviosismo  se extendiese a  todos los allí  presentes, incluso los bebes  comenzaron  a  llorar  al  percatarse de la angustia de sus madres. Todo esto parecía no afectar a Orel la cual permanecía quieta, con los ojos fijos en el suelo del vehiculo.

El conductor hizo sonar el claxon varias veces, su  respuesta  fue  el  crujido del metal al separarse. Una vez el camión circulo unos cincuenta metros, dejando atrás una gran  puerta  metálica, fuertemente  unida a  un imponente muro, el cual era franqueado por una enredadera de grandes púas de forma circular.
Los guardias los hicieron bajar del vehiculo y entre risas insinuaban que el viaje había  terminado. Una vez estaban  todos colocados en filas los llevaron  hasta  el patio principal, allí había dos camiones más. Sin previo aviso uno de los militares, con varias condecoraciones en el pecho, comenzó a separar a los hombres de las mujeres y a los niños de sus madres.

Josué  no  tenía  miedo, no  alcanzaba  a  entender  que pasaba, con  lo cual no presento resistencia para separarse de su hermano. Mientras los clasificaban paso junto a ellos un grupo de personas encadenadas, Josué dijo en  voz  baja al chico de  adelante:
-A mi no me gustan esos trajes, ¿yo puedo elegir otro para mi?
El chaval  al  cual  le había  preguntado dibujo una  leve  sonrisa irónica, pero sus ojos  seguían  inmersos  en una  gran  tristeza, después volvió  a mirar hacia delante.

Llevaba  ya seis días sin ver a nadie de su  familia, había  conocido  a  Eleazar, el cual  llevaba  una   semana  y  dos  días  más  que  Josué interno  en  el  campo  de concentración, este le  había  enseñado lo  básico allí: No hacer ruido, no llorar, evitar llamar la atención y la mas importante tratar con mucho respeto a Dirk, el encargado de vigilancia de su edificio.

Una noche Josué se despertó agitado y en su cabeza solo se dibujaba la imagen de Dalia, y  estas  proyecciones  mentales  no presagiaban  nada  bueno. Al  bajar  del camastro despertó a Eleazar, que intento convencer a Josué de que no intentase hacer lo que tenía planeado. Este ignorando las advertencias de su amigo le contesto:
-No me pasara nada, simplemente voy a comprobar que Dalia esta bien y estaré de vuelta en seguida.
Con paso firme avanzó hasta la puerta y con una sonrisa tranquilizadora intentó abrir  el  candado con  un  pequeño  alambre que  había  encontrado, después de varios intentos paro y observo como Eleazar lo miraba con rostro burlón.

Este se levanto del catre se acerco a la puerta a  la  vez  que extraía de su  manga izquierda otro alambre, que era mas pequeño y  grueso, lo  introdujo en  la  hendidura y tras unos segundos de suspense muy lentamente la cerradura carraspeo. Tras  esto  Josué le abrazó y los dos se escabulleron de la habitación como alma que lleva el diablo.

Les quedaba aun unos doscientos metros para  llegar  al edificio de  las  mujeres cuando la luz de una torre de vigilancia apareció de la nada en el edificio colindante y se dirigía  hacia  ellos, Eleazar  consiguió  subir  a una  ventana y  ayudo a Josué  para  que  le siguiera, el foco paso a ras de suelo, muy cerca de ellos.

El corazón aun les parecía un caballo desbocado cuando llegaron hasta las ruinas de  un  edificio  cercano, desde  esa  posición  consiguieron  ver  un  cuartucho  viejo  y destartalado. Algo en el corazón de Josué le indico que debía ir hay, y en contra de todo razonamiento lógico comenzó a correr. Eleazar de nuevo intento detenerlo, pero  ya era tarde.

Llamó  a  la   puerta, nadie  contesto, volvió  a  hacerlo, pero  esta  vez con  más fuerza, se escucho un golpe, otro y otro más, Josué se impaciento y dio una  patada a la puerta. Los golpes cesaron y se  escucharon  unos pasos, mientras  tanto Eleazar le había alcanzado e intentaba  llevárselo tirando de su muñeca. La puerta se  abrió  bruscamente y  de ella  emergió una  alta mujer, con el cabello recogido y  un  traje gris  oscuro  con algunas manchas rojas oscuras, se quedo extrañada al ver que eran dos niños. Aprovechado su confusión Josué se asomo por la puerta, y pudo ver a Dalia tirada en el suelo con la cara  morada e  inflamada, dándole a comprender que no era  pintura, sino sangre lo que tenía aquella mujer en el vestido.

El movimiento de Josué hizo que la mujer se recuperase y con grandes zancadas se  acerco hasta  el chico y le  propino una  fuerte  bofetada, mientras  le  recriminaba  e insultaba, Eleazar al ver que la mujer iba a pegarle e nuevo se lanzó hacia ella con el fin de  defender a su amigo. En un  acto reflejo ella  se lo quito de sus anchas  espaldas y  lo impacto  contra  el  suelo, esto sucedía  cuando Josué  ya  se había  levantado y  acudido a la ayuda de Dalia. El  ruido hizo  acudir a un  guardia y  entre  ambos  amordazaron  y maniataron  a  los  tres  chicos, los cuales  después de ser  violentamente golpeados  los sacaron  al patio, los  pusieron  de  rodillas  y  el  militar  con  aire  de  despreocupación comprobó  la  munición  de  su  pistola, tras  ello  se la  coloco  a  Josué  en  la  nuca  y escupiéndole en la cara su dedo presiono el gatillo.

El cuerpo sin vida se desplomo en el suelo ante  las  miradas  atónitas  de los allí presentes. La mujer miro hacía el lugar del que había provenido el disparo y  observo  el fusil aun humeante de un  militar  ruso, que acababa de disparar al milicia nazi. Tras  el seguían saliendo cada vez mas soldados de origen soviético y rompiendo con el silencio un imponente tanque con una estrella roja al frente, derrumbo la  pared como si fuese de cartón, el  pánico invadió a la mujer, la cual  corrió la  misma  suerte que su compañero.

Ahora eran los nazis los que corrían  despavoridos, perseguidos  por los cañones de las ametralladoras rusas.

Hoy hace un mes de la muerte de Eleazar, en su funeral Josué recibió de parte de Kadmiel  hijo  de su  amigo una  carta  en  la que  este  hacía  una  importante  reflexión:

Josué amigo, pedía a mi hijo que  te entregase esto el día  de mi  muerte, porque estaba seguro de que vivirías  mas  tiempo que  yo. Bueno lo que quería  era  pedirte un favor, si no es mucho pedir, ¿recuerdas el sufrimiento, desolación y martirio  diario que sufrimos cuando jóvenes por la creencia y disparate  de un  grupo de  racistas? Con  esto no quiero que revivas esos malos  tiempos, solo te invito a que  pienses la  razón  por la cual acosamos y sometemos, nosotros los judíos al pueblo palestino ¿Son estas razones más lógicas? Espero que compartas mi opinión de que el hombre por muy desarrollada que este nuestras sociedad y no se  deje de  avanzar  en  todos  los  ámbitos, es el  único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

Posdata: Espero de corazón  que  tu matrimonio con  Dalia  siga siendo igual de resplandeciente que el día en el que me lo comunicaste.

Con afecto tu amigo Eleazar.























UN PASADO MUY


PRESENTE

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