domingo, 5 de mayo de 2013

VIDAS AFLUENTES



            El sonido invadió la sala, era agudo, continuo, monótono e incluso se podría considerar como molesto. Ciertamente ese pitido se asemejaba bastante al significado que de él emanaba.
           
             Rápidamente el equipo médico que estaba realizando la operación reaccionó intentando estabilizar al paciente. Su corazón había cesado de latir y cada segundo suponía un paso más hacia esa imperceptible frontera que difiere la vida de la muerte.
           
            -¡Vamos deprisa pasadme 0,89 miligramos de adrenalina y 3,56 de atropina!
            -Ahora mismo.
            -Aquí tiene.
            -El pulso cada vez es más débil.
            -¡Se nos va... se nos está yendo!
           
            La agitación del quirófano contrastaba con la tranquilidad del lugar en el que se encontraba Gabriel. Ante él fulgía una intensa luz blanca que le obligaba a mirar hacia el suelo, no sabía donde se encontraba pero realmente el lugar no le resultaba extraño, se sentía bien y le invadía un intenso deseo de avanzar en dirección a la brillante luz. Dio un pequeño paso, pisaba sobre una superficie esponjosa que amortiguaba sus pies hasta el punto de no hacer ningún ruido, era como andar por una nube. Cuando volvió a levantar la mirada, encontró que la oscuridad se estaba apoderando del lugar y en ese momento como en un acto de rendición la luz emitió un último resplandor y expiró.
           
            El suelo se tambaleó bajo sus pies y Gabriel buscó desesperadamente un lugar al que aferrarse para no caer en el abismo que se extendía a pocos pasos de él. Fue entonces cuando una mano se le tendió dispuesta a evitar su caída. Gabriel titubeó, miró la mano y posteriormente observó como el precipicio avanzaba hacia él, no tenía alternativa, agarró fuertemente la mano y esta tiró de él al instante.

            Se encontraba en una sala similar a la inicial, solo que esta no tenía ninguna luz especial. Se asustó al escuchar un sonido, era el llanto de un bebé, miró tras de si y se dio de bruces contra una imagen en la cual se podía ver la sala de un hospital, en ella había un grupo de enfermeras que le daban la espalda, a la derecha se encontraba un hombre alto, corpulento y con unas anchas patillas que casi le cubrían la cara. Pero su sorpresa fue cuando pudo ver a quien había entre esas enfermeras, que en realidad eran matronas, justo ahí tumbada sobre la cama estaba su madre, la cual sonreía alegremente al observar a su bebé sobre su regazo. 

            De nuevo escuchó un llanto y siguiendo el sonido encontró otra imagen justo al lado de la anterior, la escena era muy parecida, de nuevo varias enfermeras, pero en esta ocasión quién acompañaba a la parturienta era un hombre bastante más bajo y delgado. Lo que realmente si era igual era la cara de felicidad que mostraba la madre al observar a su hijo.        
           
            Gabriel concluyó que el bebé de la primera imagen era él ya que no tenía ningún hermano y no solo eso, además aquel hombre debía de ser su padre, del cual su madre nunca dijo nada y siempre que Gabriel le planteaba el tema ella intentaba esquivarlo conversando sobre otra cosa. Pero entonces, ¿quién eran las personas de la otra imagen?, no los reconocía, aun así le invadía la sensación de que estaba fuertemente unido a ellas y en especial a aquel pequeño bebé.
           
            Siguió observando ambas imágenes las cuales en esos primeros momentos se desarrollaban a la par. Poco después pudo confirmar que ciertamente el bebé que primero nació era él, ya que sus padres llegaron a la casa en la que él recordaba haber pasado su infancia. A su izquierda contempló como esa otra familia también se bajaba de su coche y entraba al que sería su hogar. Al observar al bebé sintió una fuerte pinzada en el riñón derecho y tuvo que apretarse con ambas manos para redimir el dolor. Desvió la mirada del pequeño y volvió a mirar la pantalla de la derecha, se sorprendió al percatarse de  que se había producido un salto temporal, aproximadamente habría transcurrido un mes y sus padres estaban discutiendo intensamente en la cocina. Aquel hombre al que consideraba su padre estaba ebrio y le costaba mantenerse en pie. Entonces tras romper contra el suelo la botella que llevaba en la mano salió de la casa dando un portazo y aún en sus condiciones su padre cogió el coche y se marchó a gran velocidad.

            En la pantalla de su izquierda también había transcurrido el tiempo, posiblemente algo más que en la de la derecha. Aquel bebé ya podía  andar a gatas y en su babero tenía bordado en color azul y adornado con pequeños dibujos el nombre de Rafael. Por más que pensaba no recordaba haber conocido a ningún Rafael pero de nuevo al mirarle el dolor del riñón se repitió.  

            -!Maldita sea¡- dijo Gabriel al tiempo que desfiguraba el rostro por el dolor.
           
            A su derecha pudo verse a él mismo cuando niño jugando con sus amigos al fútbol en el parque que había justo detrás de la iglesia de su pueblo. Sonrió al reconocer a Pedro, su mejor amigo, con quien había pasado tantas tardes cazando ranas en un arroyo cercano. A continuación observó que estaba en su cuarto durmiendo y como su madre le despertaba besándolo en la mejilla.
           
            Del mismo modo la pantalla de su izquierda se encontraba sumida en la oscuridad, de pronto se encendió la luz y tras acariciar el pelo de su hijo aquella mujer subió la persiana de la habitación y dijo: “Vamos Rafael, levanta hijo que llegarás tarde al colegio”. En el momento en el que Gabriel dilucido al pequeño al salir de entre las sábanas le invadió de nuevo ese dolor que rondaba lo insoportable.
           
            -Buenos días papá -dijo Rafael al tiempo que daba un beso a su padre y este le devolvía el gesto con un fuerte abrazo.
            -Toma hijo aquí tienes el desayuno, te he preparado unas tostadas con mermelada como a ti te gustan.
           
            Gabriel miró la otra pantalla y allí estaba él, sentado en el pupitre junto a Pedro. En esa misma imagen reconoció a varios de sus antiguos compañeros, algunos de los cuales ya se le habían perdido en el olvido. La escena fue avanzando e hizo una leve parada al pasar junto a María, la chica que siempre había gustado a Gabriel. A ella si que la recordaba bien, su pelo oscuro que le caía sobre los hombros y sus ojos color caoba, también recordaba una pequeña mancha blanca que tenía en su iris izquierdo, la cual la hacía más especial aún. Se encontraban en clase de física, esa era su asignatura preferida y era realmente bueno en ella. Observar aquellas imágenes de su infancia le resultaba agradable, crecer solo acarreaba problemas. Sonó la campana que anunciaba el final de las clases y rápidamente Gabriel y Pedro salieron del aula y emprendieron el camino de regreso a casa, hacía un día espléndido.

            En la pantalla contigua Rafael también estaba en clase de química realizando un problema en la pizarra, al verlo Gabriel retiró velozmente la mirada para evitar el dolor, pero no podía aguantar la tentación de mirar aquella pantalla. Resignado y preparado ya para recibir otra fuerte pinzada observó el problema que estaba haciendo Rafael. Tal y como esperaba sintió como si le clavasen un punzón en el costado derecho. Pese al dolor se percató de un error en el ejercicio de Rafael y dijo:
           
            -No hombre, esa fórmula no es- farfulló Gabriel observando la pizarra- la velocidad no puede ser negativa.
           
            Pareció que Rafael le había escuchado porque rápidamente varió el procedimiento y resolvió el ejercicio sin mayor dilación. Tras acabarlo volvió a sentarse en su sitio.

            Al llegar a casa Gabriel soltó la mochila en su cuarto y se dirigió a la cocina para comer, su madre le trajo un suculento plato espagueti. Los miró con deseo, cogió el tenedor y comenzó a comer, pero teniendo especial cuidado de apartar los trozos de carne de mayor tamaño. No es que no le gustase la carne, todo lo contrario, Gabriel prefería dejar lo mejor para el final. Una vez hubo comido quitó la mesa y ayudó a su madre a limpiar la vajilla.

             Gabriel escuchaba desde su posición en esa blanca sala la conversación de Rafael con sus padres mientras comían, pero consciente de lo que sucedería le dio la espalda a la imagen para evitar que se le desviase la vista hacia esa pantalla y así no tener que sufrir el dolor. Lo que Gabriel no esperaba era que esa escena a la que intentaba ignorar se iba a trasladar colocándose justo delante de él. De nuevo intentó retirar la mirada, siendo ya demasiado tarde. Visualizó la comida que había sobre la mesa, el mantel de color crema, la sencilla cubertería, la ensalada de pintoresco aspecto que presidía la mesa y al fondo de la imagen se podía ver un amplio salón alegremente decorado, también apreció el sonido de la televisión que se mantenía en un segundo plano y finalmente se dibujó en su cara un matiz de resignación, ahí estaba Rafael.

            -¡Mierd... agg! ¡Pero!... ¿Quién demonios...agg... es ese? -Gritó Gabriel mientras se caía al suelo debido al dolor. No comprendía el porque de que su sufrimiento se produjese a causa de ver a aquel muchacho de aparente normalidad.

            Después de comer, Rafael se vistió con la equipación de su club, se abrochó fuertemente los cordones y junto con su compañero Miguel fueron en bicicleta hasta el campo de fútbol de su pequeño pueblo.

            Justo en ese momento Gabriel recordó quién era Rafael, ese partido lo jugaron entre ambos, si bien cada uno en un equipo. Con gran interés Gabriel observó el partido completo -de nuevo al igual que al inicio en ambas pantallas se podía visualizar la misma imagen- y del mismo modo que si no supiese cual era el resultado final de ese encuentro lo vivió con emoción. A falta de quince minutos para la finalización del partido  y con un resultado de empate a dos, Gabriel realizó una fuerte entrada a Rafael, dejándolo caer al suelo. Al instante Gabriel ya tenía la pelota y se disponía a seguir con la jugada pero el árbitro señalo la falta, de manera que se volvió hacia Rafael, él cual todavía estaba en el suelo quejándose de su rodilla derecha.

            -Venga ya hombre, levantate, si no te he tocado si quiera  -dijo Gabriel –Pues vaya princesita que estás hecha.
            Al tiempo que decía eso en la imagen, la pinzada del riñón se intensificó notablemente.
            Rafael se levantó rechazando la ayuda que le ofrecían sus compañeros y aun cojeando continuó el partido hasta que su entrenador se vio obligado a sacarlo del terreno de juego. Una vez finalizó el partido, ya a la salida de los vestuarios ambos contrincantes se encontraron de nuevo.
            -Pero mira a quién tenemos aquí Pedro, si es Rafael, o debería de decir Rafalita.
            Al insulto Rafael respondió con la indiferencia, pero no quedando satisfechos Gabriel y Pedro siguieron inquiriéndole.
            -Y ¿por qué no vas a llamar a tu mamá? -dijo Pedro en tono burlón.
            -Si eso ve y que te traiga el agua oxigenada porque la señorita delicada se ha roto una uña.

            A cada insulto que emergía de la boca del Gabriel del pasado el del presente se retorcía del intenso pinzamiento. Poco a poco la imagen se fue diluyendo y cada una de las pantallas fue cobrando un aspecto diferente, hasta no mostrar la misma imagen en ambas. En la de la derecha apareció un día nublado, los árboles desojados le indicaban que era una época invernal, además de ello la gente que caminaba pausadamente por las calles medio desiertas llevaban grandes abrigos.
Gabriel andaba dando patadas a una lata que había encontrado en su camino, al pasar junto a una tienda se paró para observar lo magníficos teledirigidos que exponía en el escaparate. En varias ocasiones se vio obligado a limpiar el cristal con la manga de su chaqueta ya que el vaho que producía su respiración lo empañaba impidiéndole ver.
           
            -No te preocupes tendrás muchos de esos, e incluso mejores -dijo Gabriel mientras observaba la escena, consciente de que una de sus mayores aficiones eran los teledirigidos.

            Al acabar de pronunciar esa frase, la imagen de la izquierda cobró importancia, en ella observó a Rafael en una tienda de juguetes, escuchó como le decía al dependiente que le envolviese para regalo una muñeca.

            -Ya decía yo que cuando se quejaba tanto por una patadilla de nada era porque no era un hombre de verdad -pensó en voz alta Gabriel.

            Un instante después se arrepintió de sus palabras, porque el dolor se reprodujo, esta vez casi entrecortándole la respiración. Sentía como le ardía el costado, por mucho que intentara redimirlo no lo conseguía, apretó fuertemente los puños y gritó.

            Al cesar el pinzamiento Gabriel se levantó y se secó las lágrimas que no había podido evitar que se le saltasen. En su interior comenzaba a moldearse un sentimiento de odio hacia Rafael, él cual en la imagen se podía observar llegando a su casa y entrando disimuladamente en un cuarto. Se acercó a la cama y colocó junto a la almohada el regalo que había comprado. Salió de la habitación y de manera prácticamente simultanea entró en ella una niña de unos seis años, con un vestido blanco y un capirucho de cumpleaños sobre la cabeza. La cara de la pequeña al contemplar el regalo era el reflejo de la ilusión. Con su muñeca entre los brazos y una gran sonrisa abrazó a su hermano y le agradeció el regalo.

            Ante la pérdida de nitidez de esta imagen Gabriel desvió la mirada hacia la pantalla de la derecha, otro nuevo salto temporal se había producido, recordaba la fecha exacta de ese día, era un veintidós de febrero, por aquel tiempo tenía diecinueve años y aquel día era tan especial porque fue la primera vez que consiguió besar a María. Ese viernes habían salido a dar un paseo con varios amigos y por unas causas u otras finalmente solo habían quedado ellos dos, fueron hablando hasta un parque cercano y tras algunos silencios incómodos coincidieron sus miradas y se besaron.

            Al observar esas imágenes el dolor que había sentido Gabriel le abandono por completo y le reconfortó esa sensación. Sintió incluso cierta nostalgia y cuando la escena se difuminaba ante él, quedó mirando la pantalla en negro  ignorando por completo lo que acaecía en la escena contigua.
           
            Finalmente observó la otra imagen: una playa, un sol reluciente, alguna que otra gaviota volando tras los pesqueros, el sonido de las olas que de manera continua intentaban inútilmente ascender por la pendiente de la arena, pero que pese a su constancia era incapaces de superar y dos muchachos al fondo que se dirigían hacia el rompeolas. Entre ellos distinguió a Rafael, era el que andaba más adelantado, conforme se acercaba a las rocas más rápido corría, miraba continuamente hacia atrás y con su mano daba ánimos a quien le seguía. Rafael ayudó al otro chico ha ascender por ( el rompeolas y en un pequeño recoveco quedaron uno frente al otro. Se interrogaron con la mirada de manera recíproca y se acercaron lentamente.

            El dolor en esta ocasión no se había hecho patente en su máxima expresión, pero aquella escena incomodaba a Gabriel, quien intentando esclarecer que es lo que estaba acaeciendo había entrecerrado los ojos y en su cara se había dibujado una expresión que combinaba la sorpresa con la incredulidad. Justo entonces sus ojos se abrieron al igual que platos y quedo estupefacto, un instante después escupió con despreció al suelo, el cual disolvió la saliva en forma de un vapor de hedor muy desagradable. Al inhalar ese vapor no tuvo tiempo ni de alzar la voz para emitir su quejido, el dolor estalló aplastantemente obligándole a arrodillarse y a caer de bruces contra la esponjosa superficie.

            La escena en la cual se veía como Rafael y su pareja se besaban no pudo terminar de ser contemplada por Gabriel quien se mantenía tumbado en el suelo, y aún habiendo podido el odio que sentía hacia los homosexuales no se lo habría permitido. 

            Mientras permaneció en el suelo debido a su intenso dolor perdió la noción del tiempo, pero cuando consiguió levantarse sacando fuerzas de flaqueza se dirigió de manera decidida hacia la imagen de su izquierda y tras volver a escupir, esta vez con más saña si cabe, la emprendió a golpes contra la misma. Los puñetazos no realizaban ningún daño a la escena la cual permanecía como si nada sucediese, es más, los golpes que lanzaba se reflejaban en su costado derecho, la zona sobre la cual tenía dibujada la cruz gamada estaba siendo duramente castigada por él mismo. Cuanto más fuerte golpeaba más intenso era su sufrimiento. Tras varios minutos así se vio obligado a ceder en su campaña y al tiempo que recuperaba el aliento y se encogía del dolor comenzó a caminar intentando alejarse de ambas escenas. Su caminata no fue lo suficiente extensa como para separase de las pantallas, con lo cual siguió andando esta vez con pasos más largos y rápidos, al cabo de un tiempo se volvió y se encontró en el mismo lugar que al inició, no se había alejado más de veinte metros de las escenas.

            -¡¿Qué es esto?! -Gritó Gabriel expresando su estado de rendición -Pero ¿qué demonios he hecho yo para merecer todo esto?

            Sus cuestiones no encontraron respuesta y se vio obligado a tirarse del cabello al contemplar que ambas imágenes ahora estaban justo detrás de él. Ciertamente comenzaba a creer que estaba loco y que esta era una de sus deliraciones, por más que lo pensaba no alcanzaba a entender la razón por la que tenía que contemplar su vida y mucho menos la de un marica, de alguien que tenía un enfermedad psicológica.

            Se escuchaba una gran algarabía, las dos pantallas mostraban una gran multitud de gente, en la de la izquierda los colores eran vivos y alegres, la música emanaba desde cada una de las carrozas decoradas hasta el último detalle, entre la masa pudo distinguir a Rafael junto a su pareja. En la imagen de la derecha por el contrario muchas de aquellas personas cubrían sus caras, pero Gabriel no, él era uno de los cuales encabezaba la manifestación. En la parte delantera se podía leer en una gran pancarta: LOS DESVIADOS AL MANICOMIO, POR UNA SOCIEDAD SIN MARICONES. Al tiempo que entre esa multitud alzaban( el puño) también lo hacía Gabriel desde ese lugar en el que estaba, ya no le importaba el dolor. A esta imagen siguió otra en la cual tras salir de su trabajo como científico en un prestigioso laboratorio llegaba a casa, se quitaba la ropa que llevaba y se ponía otra de color negro, se calzaba sus botas militares, y cogía un pasamontañas. Al subirse en su coche sintió una leve pinzada en el riñón derecho, le resultó extraño pero no le dio mayor importancia. Cuando llegó a su destino ya había anochecido, al descender del vehículo se encontró con un grupo de hombres, la mayoría con la cabeza rapada, los cuales llevaban unas vestimentas similares a la suya. Uno de estos abrió el maletero de su coche y extrajo barras de acero que fue dando a cada uno de los allí reunidos, cuidadosamente salieron del callejón en el que estaban y se acercaron hasta un videoclub que ya se encontraba cerrado. Forzaron la puerta trasera y una vez dentro comenzaron a destruir todo lo que encontraban a su paso, su objetivo no era la caja registradora, es más esta la obviaron por completo, solo se dedicaron a romper todo lo que pudieron.

            En ese momento las imágenes de ambas pantallas volvieron a converger en la misma escena, porque fue en ese momento cuando Rafael, el dueño del establecimiento entró en el mismo alertado por el escándalo que se había formado.

            Conforme observaba aquellos hechos Gabriel comenzó a no sentirse bien, ya no era el dolor del costado el culpable, era una sensación inmaterial, eran remordimientos.

            Al entrar Rafael y alzar la voz por la sorpresa los supuestos atracadores comenzaron a huir del lugar, Gabriel fue uno de los primeros y para quitar al desgraciado muchacho de su camino le golpeó con la barra de acero y siguió corriendo. El cuerpo de Rafael cayó sobre una estantería repleta de películas de amor y poco a poco la sangre que de él emanaba fue empapando las carcasas. Cuando llegó el equipo médico lo reanimó a duras penas y lo trasladó hasta el hospital, Ángel, la pareja de Rafael se desmoronó ante la desoladora realidad, llegando incluso a desvanecerse.

            El nudo de la garganta ahogaba a Gabriel, se sintió como lo que era el culpable de la muerte de un inocente.

            Cuando Gabriel llegó a casa aún con la respiración agitada se quitó velozmente la ropa y la escondió en una caja bajo su cama, necesitaba tomar el aire y decidió salir a pasear por la calle. Cuando había caminado unas tres manzanas el dolor de su costado se hizo muy intenso y tuvo que sentarse en un portal cercano, sus quejidos hicieron que alguien llamase a una ambulancia, la cual lo llevó hasta el hospital donde le diagnosticaron su dolencia y le avisaron de la necesidad de una operación inmediata. La intervención quirúrgica necesitaba de alguien que cediese su riñón, por suerte tras varias horas ingresado le comunicaron que había un posible donante.

            La pantalla de la derecha se apagó y a su izquierda la imagen había quedado paralizada mostrando al equipo médico hablando con Ángel ya en hospital, cuando Gabriel la observó la acción se puso de nuevo en movimiento. Entrecortado por el llanto Ángel dijo a los médicos que Rafael siempre había deseado ser donante y que él apoyaba su decisión. No transcurrió mucho tiempo cuando la vida de Rafael se desvaneció debido a la gravedad de la contusión. Este hecho propició la posibilidad de donar determinados órganos, entre ellos los riñones.

            Le extrajeron los órganos rápidamente y uno de esos riñones fue introducido en una bolsa la cual ya tenía impreso el nombre del hospital en el cual Gabriel estaba ingresado. La siguiente escena que se pudo contemplar en ambas pantallas por igual mostraba como esa misma bolsa llegaba hasta el quirófano donde era operado Gabriel y como le cambiaban su riñón por ese otro.

            Cuando Gabriel volvió ha abrir los ojos se encontraba tumbado sobre una camilla de hospital, en una sala ya vacía y lo primero que hizo fue mirar su costado derecho, allí encontró los puntos de sutura que casualmente al pasar junto a la esvástica que tenía tatuada formaban una especie de “R”.

           

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